¿Qué mejor forma de reconocer la valía
de una obra de teatro que seguir su mensaje?
Perdonen que hoy vaya a hacer la crónica de una forma un poco apresurada. Es que me están esperando para follar. No, no me he vuelto loco ni nada de eso. La culpa la tiene «Les roses de la vida». Me explico:
Yo soy un señor serio. Profesional. Respetado. Hago mi trabajo con responsabilidad de forma meticulosa. Nadie podrá decir que alguna vez descuidé mis obligaciones o desatendí mis compromisos. De hecho, asistí a la representación de «Las roses de la vida» en el Singlot Festival libreta en mano, decidido a tomar todas las notas necesarias para escribir una crítica impecable. Pero resulta que la comedia de Sergi Belbel resultó ser demasiado deliciosa, demasiado eficaz. Vamos, que me convenció. El mensaje del antiguo poeta francés Ronsard es contundente: vivid, hacedme caso, no esperéis a mañana, recoged desde hoy mismo las rosas de la vida. O, como traducen de una forma un poco libre los personajes de Belbel: follad, follad, que el mundo se acaba.
Tuve una epifanía. Para alguien como yo, que viene de más allá del muro, Sant Feliu y el Singlot suelen ser ocasiones para las epifanías. Y la de ayer me sacudió en la butaca del teatro como ese momento inicial de la caída en una montaña rusa. Follad, follad, que el mundo se acaba. No sé qué le pasó a la libreta. Seguramente me cayó de las manos y no volví a pensar en ella. Más que destacar la vertiginosa pero precisa actuación de Enric Cambray, más que señalar que el texto de Belbel alterna momentos buenísimos con otros simplemente buenos, ¿qué mejor forma de reconocer la valía de una obra de teatro que seguir su mensaje, incluso aunque afecte a la propia crítica que tengo que escribir sobre esa obra?
Y eso que los restos del señor serio que fui siguieron ahí. «Dos machos verdes fritos» lo merecía. Ya entrada la noche, la obra de David Verdaguer y Óscar Machancoses volvió a demostrar la potencia de la programación teatral del Singlot con un monólogo alternado con canciones vodevileras y un humor multinivel que la sala celebraba con justicia. Pero, lo importante no fue eso. Lo importante fue que, aunque no se citó a poetas medievales ni se dijo con la contundencia de Belbel, el mensaje de “Dos machos verdes fritos” volvió a ser el mismo: follad, follad, que el mundo se acaba.
Así que eso hice. Y eso voy a seguir haciendo. Solo he hecho un pequeño paréntesis entre amante y amante para escribir estas líneas y agradecer a las dos obras de ayer que hayan tenido el acierto de demostrar la continuidad que existe entre el teatro y la vida. Me están esperando para follar. Mañana les escribo una crónica más seria. Es sólo un pequeño paréntesis que, a diferencia de lo que hacía el joven enamorado de “Les roses de la vida”, voy a cerrar en este preciso momento.
(Fotografías: Mar Simó)